El pasado 30 de diciembre tuve la oportunidad de asistir al último partido del año en el Santiago Martín, que enfrentó al Clarinos Tenerife con el Spar Girona. El conjunto gerundense, que ocupa el segundo puesto de la clasificación, venció con comodidad al cuadro morado al obtener una ventaja de 37 puntos (96-59). Como es habitual en cualquier encuentro, se vivieron instantes calientes: desacuerdos con las decisiones arbitrales, reclamaciones a jugadoras visitantes, etc. Una vez finalizado el partido, cuando el equipo catalán se encontraba en la pista para despedirse, se produjo un hecho que me pareció totalmente lamentable.
Un sector de la “afición” dedicó abucheos y palabras soeces a las jugadoras visitantes. Algunos podrán argumentar que estaban enfadados por el resultado, otros buscarán excusas en los criterios del arbitraje, mientras una parte dirá que son culpables de la supuesta lesión de Aisha Sheppard o dirán que no era necesaria la presión final que las visitantes realizaron cuando saltaron a la pista las juniors debido a que el resultado estaba prácticamente decidido. Pero lo cierto es que cada vez en el deporte encontramos a más espectadores que lejos de apoyar el deporte lo contaminan con sus actitudes de hooligans.
¿Qué clase de ejemplo de deportividad y valores pretenden darles a los más pequeños? Les enseñan que, si su conjunto favorito pierde, hay que perder las formas y actuar como gañanes para desahogarse. Lo peor es que esto no solamente sucede en los partidos que enfrentan a combinados de la élite, también ocurre con más frecuencia en las categorías infantil, cadetes y juniors. Desde mi punto de vista, es vergonzoso que esto suceda en cualquier pabellón a nivel mundial.
Cuando el baloncesto pasa a limitarse a los resultados y estadísticas, todo deja de tener sentido. El deporte va más allá de ser una mera forma de entretenimiento: cumple una función social, al servir para educar. Da lecciones de vida al supuestamente poner en práctica valores como el trabajo en equipo, esfuerzo, empatía, disciplina, compañerismo, humildad y respeto. Como muchos, siento pasión por el baloncesto. No quiero que también en este deporte existan actitudes antideportivas y que se deje de valorar la ética. Estoy cansada de ver en otros ámbitos sujetos maleducados que dice llamarse aficionados y que solo buscan armar follón para sentirse importantes.
Cuando las jugadoras del Spar Girona se percataron de la situación que estaban viviendo, sus caras fueron un poema. Supongo que algunas ya estarán acostumbradas a vivir tales acciones, pero la verdad es que da la impresión de que nunca dejan de sorprenderse al esperar recibir un mínimo de educación cuando compiten.
Un día después del partido, decidí publicar un mensaje de desahogo en mi Twitter y dos usuarios respondieron manifestando su desacuerdo. Me parece algo totalmente positivo, porque todos tienen derecho a compartir su opinión pese a que tengamos pensamientos contradictorios. El problema radica cuando inventan falsos argumentos con los que pretenden autoconvencerse de sus ideas, como que supuestamente tengo una “obsesión con el Clarinos Tenerife” o que “hay más pabellones donde se dicen cosas inapropiadas” y no me ven decir nada.
Quizás sea porque, desgraciadamente, no puedo estar en todas las instalaciones deportivas al mismo tiempo para ver la totalidad de los partidos. Además de que los micrófonos de canalfeb.tv no cuentan con la calidad que me gustaría. Suelo comentar los encuentros a los que acudo presencialmente y, por lo tanto, soy testigo de lo que acontece. Pero paso de dar más explicaciones a individuos que no lo merecen. La gracia es que aparezca cierto entrenador a aplaudir las tonterías del resto cuando en Canarias conocemos los verdaderos motivos por los que fue despedido de cierto club…
Como dice el refrán, “a palabras necias, oídos sordos”. No pienso callarme ante gestos que humillan este deporte tan bonito y seguiré mi utópica batalla personal de promover tanto los valores como la ética en este mundo cada vez más incoherente.